martes, 10 abril 2012
Les Acacias
Demasiado lento y aburrido. Entiendo que el director quiere dar la idea de lo pesado que es el trabajo de camionero y de las dificultades de los emigrantes, pero no me convenció. Está bien filmado pero sin contenido real. Es su primer filme. Ganador de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes.
Les Acacias
Date de sortie 4 janvier 2012 (1h 25min)
Réalisé par Pablo Giorgelli
Avec Germán De Silva, Hebe Duarte, Nayra Calle Mamani
Genre Drame, Nationalité Espagnol, argentin
Synopsis : Sur l’autoroute qui relie Asunción à Buenos Aires, un camionneur doit emmener une femme qu’il ne connaît pas et son bébé. Ils ont devant eux 1500 kilomètres, et le début d’une belle histoire.
domingo, 08 abril 2012
Contra el teatro
Lo digo con orgullo, casi sin pena: comer ostras me produce una aversión parecida a comer carne de caballo. Los amantes de las ostras se reúnen junto a una mesa llena de esos moluscos, hablan, comparten un cuchillo especial para abrirlas, las rocían de limón, se las tragan crudas, y yo siento el estómago que se me vuelve un ocho. Parafraseando a Héctor Abad Faciolince en una de sus últimas columnas en El Espectador: «Quiero salir corriendo. Parado junto a ellos no me meto en la acción: veo un espectáculo ridículo, caduco, un muerto en vida. Los que odian los sapos, los que no soportan siquiera su vista, reconocen que el sapo es un animal inocente, inofensivo, incluso útil. Si a veces destila una leche venenosa, ésta puede producir eczema, pero casi nunca es mortal.»
Sé que rara vez la gente se enferma o muere por comer ostras, a lo sumo sufren una fuerte indigestión y sin embargo me repelen. Prefiero comer pinzas de cangrejo o caracoles y si me apuran hasta ancas de rana, pero a las ostras no le veo el chiste. Dicho sea de paso, tampoco me atrevo a comer hormigas santandereanas.
En todo caso prefiero un buen plato de mejillones cocidos en su caldo acompañado de papas fritas a la francesa y un buen vino blanco frío. En Navidad y Año Nuevo se estila mucho comer ostras por aquí. A mi esposa le encantan pero rara veces le acolito sus antojos acompañándola al mercado de Ferney o al de Divonne para verla comer ostras mientras yo como otra cosa o me hago el tonto mirando a otro lado. Entiendo perfectamente que ella prefiera ir con gente que disfrute comiéndolas y no conmigo que lo que hago es incomodarla y hasta estorbar.
¡Ostras! No tengo nada contra los que comen esos animales inofensivos ni me molesta tocar un collar de perlas naturales. No me incomoda verlos vivos o en fotografía, pero ya en mi boca me cuesta mucho pasármelos. Lo intenté muchas veces y hasta logré comerme varias en una sola cena, pero no le saco gusto. No hay nada que hacer. También dejo claro que quiero y respeto a muchos aficionados a las ostras y no pido que piensen como yo. ¡No faltaba más!
No creo que gane muchos enemigos con esta nota, pues la gente acepta que por cuestión de gustos culinarios no hay disgustos. Otra cosa sería si escribo que no me gusta el teatro o las corridas de toros o los partidos de fútbol o las mujeres o el tango o las misas. Seguro que más de uno me trataría de ridículo, oportunista, insensato, provocador, utilitarista, ofensivo y hasta de pobre intelectual como he leído por ahí con motivo del artículo que mencioné al comienzo y que me inspiró esta nota.
Hay mucha intolerancia suelta, pero por más que a uno no le guste nada algo, siempre encontrará a otros que piensen lo contrario. En estos casos siempre recuerdo a dos personajes famosos: Schopenhauer y Voltaire. Al primero por un librito muy interesante escrito en 1864 que se titula Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y ocho estratagemas y al segundo por esta frase que se le atribuye: Je ne suis pas d’accord avec ce que vous dites, mais je me battrai jusqu’à la mort pour que vous ayez le droit de le dire.
08:00 Anotado en Elucubraciones, Teatro | Permalink | Comentarios (0) | Tags: intolerancia, ostras, voltaire, schopenhauer
domingo, 01 abril 2012
Rafaela, con erre de rara
Los niños corrían y gritaban por el parque pasando de un columpio a un torniquete o de un tobogán a un trepador. Los más pequeños jugaban sentados en la arena vigilados por sus madres. Era una tarde de sol primaveral propicia para hacerlos gastar sus baterías con la esperanza de que al regreso a casa se durmieran más temprano y dejaran reposar a los padres.
Desde lejos yo vigilaba a mi nieto de seis años que jugaba con un amigo de su escuela que acababa de encontrar. Cerca de mi banco dos mujeres hablaban animadamente sin perder de vista a los pequeños. Parecían disputarse lo que me hizo prestar oído a lo que decían.
- No te estoy pidiendo nada extraordinario. Hazlo por mí.
- No, no. A mí no me gustan los niños. Son insoportables con sus gritos, sus preguntas tontas, su curiosidad, su terquedad. No y no.
- Es solo por una semana, mientras voy a París para entrevistas de trabajo.
- ¿Y el padre dónde anda? ¡Pídeselo a él! ¿No tienes amigas?
- Ya sabes que no puedo contar su padre pues nos abandonó. No tengo a nadie de confianza. Tú estás jubilada, tienes tiempo. No seas egoísta.
- Tengo mucho que hacer. Además me lo pides de repente, sin darme tiempo de prepararme. No, es imposible. No quiero a los niños.
- ¿Cómo puedes decir eso? ¿No fuiste madre también?
- Eran otros tiempos. Me tuve que casar para poder salir de casa. No había métodos de contracepción como los de hoy. No se podía abortar legalmente. Me tocó aceptar ser madre y resignarme a soportar niños. ¡Qué horror!
- Estoy segura de que no es cierto y lo dices solo para escabullirte. En tu casa dejé un maletín con ropa suficiente y además en estas vacacione escolares no tendrás que ocuparte de llevarlo y traerlo de la escuela.
En esas el niño que jugaba con mi nieto se vino corriendo en dirección de mis vecinas.
- ¡Abuela Rafaela! ¡Abuela Rafaela! ¿Me traerás a este parque mientras mamá está en París? ¡Di que sí! ¡Di que sí!
- Sí, cariño. Tu abuela Rafaela te va a traer a este parque cuando quieras. Ahora me tengo que ir. Te llamo esta noche. Mi tren sale dentro de una hora y tengo que irme ya.
Las dos mujeres se despidieron. Rafaela a regañadientes agarró de la mano a su nieto y salió lentamente en dirección opuesta a su hija.
Mi nieto vino a verme pidiéndome también que lo trajera otra vez para verse con su amigo. Lo abracé con fuerza y le di muchos besos sin dejar de pensar en su amigo y su familia tan extraña.
08:00 Anotado en Cuentos, Juego de escritura | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, infancia, rarezas