domingo, 18 enero 2015
Tanto va el cántaro al agua
De vez en cuando participo en concursos literarios más para ponerme metas y motivarme a escribir que esperando ganar pues de cierta forma es una lotería. Todo depende del jurado, de los intereses de los organizadores y del mismo premio. Las grandes editoriales ponen en juego mucho dinero pues saben que van a vender de todas formas y por el mismo motivo reciben demasiadas obras que debe de ser difícil de leer y juzgar. Para las pequeñas editoriales es un verdadero riesgo.
Pues bien, tengo el gusto y honor de anunciarles que por fin he ganado el premio internacional Vivendia-Villiers de relatos de Ediciones Irreverentes. He participado cuatro veces, en dos ocasiones fui finalista y esta ha sido la buena. ¡Je, je!
Han sido cuatro libros diferentes. El primero, Las seis y una noches, fue accésit de la IV edición y publicado en 2010. En 2012 intenté con otro pero no quedé satisfecho con mi selección de relatos ni con el orden que les di. En 2013 fui más cuidadoso y el esfuerzo valió la pena pues estuve entre los finalistas. El editor me dijo que le había gustado el libro y me incitó para que lo intentara otra vez.
El año pasado, apenas me jubilé, me puse manos a la obra para pensar de nuevo la selección que incluye relatos publicados en antologías, en revistas web, en mi blog o en Facebook como también algunos inéditos y otros que había empezado hace tiempo y terminé de escribir en los meses que me quedaban de plazo para el concurso. Esta vez quedé mucho más satisfecho con el resultado que las anteriores.
Ahora estoy esperando ojearlo y hojearlo cuando llegue a mis manos. Cuando reciba mis ejemplares en casa, les avisaré para los que quieran comprarme directamente y trataré de organizar una presentación y lanzamiento donde convenga.
09:42 Anotado en Cuentos, Publicaciones | Permalink | Comentarios (0) | Tags: libro, concursos, ficción
lunes, 22 diciembre 2014
Pedrito y Papá Noel
Los padres de Pedrito se sentían impotentes. No sabían cómo averiguar lo que el niño de ocho años había pedido a Papá Noel. Cuando lo invitaron a escribir la carta, contestó que ya la había enviado por el buzón del correo camino de su escuela. Estaba aburrido de que sus compañeritos se burlaran de él por creer en Papá Noel y había decidido pedirle algo muy diferente en secreto.
En realidad nunca había recibido exactamente lo que pedía. Nunca eran como los juguetes soñados. Una vez le trajo un saco de paño que no había pedido y que días atrás una tía se lo había medido en un almacén disimuladamente. Él lo reconoció pero todos le aseguraron que este sí era de Papá Noel. Pedrito esperaba impaciente. El cuento de que había escrito y enviado la carta era mentira, pero no importaba.
El día esperado había un regalo bajo el árbol de Navidad con una carta; los dos de Papá Noel. Decía que como no había entendido bien la letra, había tratado de adivinar el regalo, que ojalá le gustara, que Papá Noel no era mentira sino una forma de decirle cómo lo querían sus padres y que le serviría para desarrollar la imaginación para la vida adulta.
Pedrito reconoció de inmediato la escritura de su madre y la máscara de monstruo que le había gustado tanto unas semanas atrás pero que su padre no había querido comprarle. Pedrito había pedido mentalmente al Papá Noel que le enviara una prueba tangible de si existía o no. Como vio que su deseo se había cumplido, ahora estaba seguro de que Papá Noel SÍ existía.
viernes, 14 noviembre 2014
Redes sociales
¡Cómo no se le había ocurrido antes! Seguro que iba a conseguir lectores por montón. Crearía varias cuentas con seudónimo en las redes sociales. Se inscribiría en todos los grupos literarios existentes. De manera sistemática escribiría notas en cada uno de ellos hablando bien de su novela, tratando de conseguir que los demás miembros fueran a leer la página web donde se vendía, haciéndose amigo de cuantas personas fuera posible en especial escritores, editores, traductores, periodistas, libreros, críticos literarios. Así al poco tiempo tendría miles de ciberamigos y sería miembro de miles de grupos de interés literario. Vendería tantos libros que se volvería rico. Para atraer más seudoamigos, comentaría elogiosamente todo lo que los demás pusieran en la web aunque no leyera nada.
Se sintió más solo que nunca en medio de miles de personas que probaban las mismas estrategias. Era como si estuviera en una inmensa plaza pública llena de gente donde cada individuo estuviera gritando a los cuatro vientos lo bueno que era sin que nadie se enterara. Como si estuviera charlando con alguien pero que esa persona no le pusiera cuidado y más bien hablara al mismo tiempo. La avalancha de mensajes hacía inaudible la información. Además no le quedaba tiempo para nada más. Se dio cuenta de que era ilusorio tratar de darse a conocer, que no tenía sentido, que era mejor volver al anonimato del que nunca había salido y nunca intentaría salir.
Decidió desconectarse del ciberespacio para siempre. Volvió a escribir en secreto como siempre sin que nadie lo leyera. Seguro de que sus textos eran intrascendentes e idénticos a miles de textos que otros clones escribían automáticamente, destruía cada escrito, cada cuento, cada novela apenas los terminaba sin releerlos ni corregirlos. Seguro de que escribía siempre lo mismo o sobre temas recurrentes, decidió tratar el mismo cuento desde todos los puntos de vista imaginables, como esos pintores que pintan el mismo cuadro con diferentes colores y sombras, pero siempre el mismo. Así vivió feliz en su laberinto sin llegar a encontrar ni vencer al minotauro de la escritura. Y colorín colorado este escritor frustrado terminó acabado.