sábado, 17 marzo 2018
Novichock
Una joven está tomando notas en su cuadernillo aparentemente sobre todo lo que ve a su alrededor mientras toma un café en una cafetería. Es de piel negra, tiene el pelo agarrado en cola de caballo, lleva un buzo blanco de lana no muy grueso. A su alrededor se ve una joven de rasgos asiáticos que podría ser vietnamita, japonesa, coreana o china. Está escribiendo en su computador portátil. Usa un ratón. Está muy concentrada en su pantalla. Por la ventana se ve la circulación de automóviles y un bus rojo de dos pisos. Quizás está escribiendo un informe o una presentación. En otra mesa dos hombres charlan; uno de ellos tiene un buzo azul claro. En otra mesa dos mujeres hablan sobre unas fotografías que están en un clasificador. Parecen ser fotos de moda o de vestidos para empleados. Las dos llevan unos anillos metálicos grandes en varios dedos. Las mesas son de color café con leche. El lugar se ve tranquilo. Por las calles circula mucha gente. Parece ser un día de trabajo en invierno o final del otoño. La gente está bien abrigada, con abrigos y gorros; algunos llevan maletines de viaje. Unos esperan el autobús charlando, consultando el teléfono o leyendo el periódico The Guardian. Otros viajan en él. Hay un hombre barbudo, rubio, en vestido de camuflaje militar. Un pasajero habla por teléfono. Un hombre de sombrero negro, bufanda roja y chaqueta de esquí azul que esperaba en la parada de autobús con una gran bolsa de compras se sube al bus. Los buses son rojos. Parecen estar en Londres. La joven revisa sus notas, para de escribir, cierra el cuadernillo, pone las llaves sobre él y termina de tomar su café en un vaso blanco de poliestireno expandido. No se oyen voces, solo música. No hay olores pues son videocámaras públicas que los servicios secretos rusos observan desde Moscú. El novichock, un gas nervioso o agente nervioso compuesto orgánico químico que contiene ácido fosfórico (organofosfatos) capaz de colapsar el mecanismo mediante el cual el sistema nervioso envía mensajes a los órganos del cuerpo, va a salir en un instante de las alcantarillas de la ciudad y muchos habitantes van a morir uno a uno sin remedio. La primera guerra química mundial está por comenzar.
12:00 Anotado en Cuentos, Juego de escritura | Permalink | Comentarios (0) | Tags: mooc, ficción
miércoles, 31 enero 2018
Microrrelatos I
- El médico le pidió que espirara y expiró.
- Las conocí en un autobús. Eran una joven y su mascota, una tortuga que llevaba en su mano. Hablamos mientras recorríamos la ciudad. Hoy nuestros hijos son muchas tortuguitas.
- A Peter le gusta escribir en un lugar privado, preferiblemente solo, y con una puerta cerrada con llave. Le gusta escribir a mano. De vez en cuando también escribe en lugares abarrotados como una cafetería, en la medida en que nadie viene a hablar con él. Jane es muy diferente. Ella puede escribir en cualquier lugar y en cualquier momento. Ella siempre tiene un cuaderno o un teléfono celular preparado para mantener los rastros de sus pensamientos. De vez en cuando, vuelve a leer y editar sus escritos y, finalmente, los copia en un archivo más grande donde ensambla las piezas para completar un cuento o un relato más extenso. Peter y Jane se conocen pero no saben que son escritores clandestinos que podrían compartir y hablar sobre su pasatiempo secreto.
- Caminábamos por la plaza del pueblo en la parte más fresca donde es más generosa la sombra de los árboles. En esa zona están los lustrabotas, los vendedores de paletas y los puestos de arepas y sánduches. El sol de mediodía parecía derretir hasta las piedras. De pronto se oyó un tango argentino. No pudimos aguantar las ganas de bailar. Puse mi sombrero en el piso por si acaso los espectadores se animaban a regalarnos unos billetes o monedas. Era un tango viejo con mucho ritmo y pasión. El corrillo de gente que se formó alrededor nos regaló un nutrido aplauso cuando terminamos. Lo inesperado fue darme cuenta de que alguien me había robado el sombrero.
- Un ruido muy fuerte y extraño me llamó la atención haciéndome mirar hacia afuera del establecimiento. La tarde se había oscurecido de repente. Un muy fuerte aguacero estaba golpeando los autos, motociclistas, ciclistas, peatones, es decir cualquiera que se atreviera a sacar la cabeza en la calle. Solo faltaba que llovieran verdaderos perros y gatos. Llovía a cántaros. Se me había olvidado cómo puede llover en el trópico tras vivir tantos años en Europa.
- Hoy es el último día del año. Mañana será el fin del mundo. Seré el responsable de la última Guerra Mundial. En pocas horas apretaré el botón rojo en mi oficina presidencial de la Casa Blanca en Washington. Nunca aprenderán a no elegir a un loco para esta función tan importante.
04:25 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: microrrelatos, ficción
viernes, 29 diciembre 2017
Cuento de Navidad
Tuvo tiempo de pensar en lo sucedido, acostado en la ambulancia camino del hospital, a pesar de las sirenas y las sacudidas del vehículo que se abría paso con dificultad por las calles atiborradas de energúmenos conductores. Vivía solo y aislado en el apartamento de siempre desde la muerte de su mujer pocos años atrás. Se había vuelto huraño y retraído por culpa de ese mundo que ya no comprendía. Ahora era cada vez más ateo (como si hubiera gradación en esto). Había perdido toda la poca fe que una vez lo habitó. Su esposa que sí era muy creyente y persuasiva lograba convencerlo de ir a misa para Navidad y de rezar la novena (y a él le daba gusto complacerla). Las fiestas navideñas ya no eran las de su inocente infancia cuando el Niño Dios le dejaba los regalos en la noche del 24 mientras dormían. Las actuales le parecían demasiado comerciales, artificiales e hipócritas. ¿Cómo podría ser que la gente se sintiera buena y cercana a la humanidad y durante el resto del año retornaran a esa jungla de egoísmo y competencia salvaje? El Papá Noel con su vestido de invierno, las iluminaciones y el ambiente de invierno no tenían sentido para él que vivía en el Trópico donde días y noches eran casi iguales de largos o cortos todo el año; no había razón lógica para festejar el solsticio de invierno septentrional. Ansiaba que llegara el nuevo año y todo volviera a su gris normalidad. Su hijo, que vivía en las antípodas y casi nunca venía a visitarlo, lo llamó en esos días para desearle felices fiestas y saber cómo seguía. Se alegró de oírlo y hablar un poco con él, pero en el fondo no tenían nada que contarse y tampoco les interesaba lo que pasara al otro lado del planeta. Desayunó temprano y salió al supermercado calculando llegar apenas abrieran para escapar a la muchedumbre de compradores de última hora que imaginaba llenarían los pasillos acaparando como hambrientos todo lo que estuviera a su alcance. A pesar de todo tuvo que aguantar a los vendedores que le ofrecían probar todo tipo de comida y hacer cola oyendo los sosos comentarios de los otros clientes sobre preparativos de la fiesta o las vacaciones. Todo ese ruido y muchedumbre lo iban dejando mareado y trastornado. «Algo raro me está pasando», pensó camino a casa. Al llegar y abrir la puerta se desmayó. Quedó inconsciente un largo rato hasta que una nueva vecina, con quien nunca había hablado aunque vivía al lado, pasó con sus hijos a regalarle unos postres típicos de Navidad (por compasión, para no tirarlos a la basura o simple espíritu navideño). Fue ella la que llamó a la ambulancia y lo hizo llevar de urgencia. «Si me hubiera desmayado en otra fecha, ¿cuánto tiempo habría pasado hasta que me socorrieran?», pensaba acostado en la ambulancia después de que le contaran lo sucedido. Se dijo que de alguna forma valía la pena que la gente tuviera una actitud positiva en esa época del año así fuera para auxiliar a un viejo amargado agobiado por las fiestas navideñas, por pura suerte, por el destino, por un milagro necesariamente inexplicable o para escribir un cuento de Navidad. ;-)
00:59 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (1) | Tags: navidad