jueves, 20 marzo 2014
Nos veremos ayer
Me pasó hace tanto tiempo que no sé si fue un sueño, lo imaginé o lo leí en un libro, quizás de Borges. A lo mejor hasta yo mismo ya lo escribí y lo he olvidado. Lo cierto es que ayer caí en la cuenta de que ya me había pasado. Fue en mis años de estudiante en un autobús en la mañana camino de mi facultad de ingeniería.
Repasaba mis notas para un examen de matemáticas o computación cuando un señor muy viejo se sentó a mi lado sin que yo me diera cuenta. Supongo que se puso a leer mis libros pues de pronto me preguntó: ¿Estudia ingeniería de sistemas? Me hubiera gustado no contestarle para seguir concentrado en mis problemas, pero por educación, le dije que sí. Empezó a contarme que él había sido un experto en informática, que había sido de los primeros en el país en ocuparse de computadoras, que en esa época las máquinas eran inmensas y difíciles de programar, que tenía que codificar los datos en cintas perforadas, que el lenguaje de programación era ensamblador de muy bajo nivel. Luego me preguntó por las materias que yo estudiaba. Le dije lo mínimo y le pedí disculpas pues tenía que seguir repasando. Por suerte se calló y no me di cuenta cuando se fue. Al llegar a la parada de mi universidad ya no estaba ahí.
Ayer me subí a un autobús que estaba muy lleno de gente. Una joven amablemente me cedió su puesto. Me senté agradecido para descansar de mis pies que me duelen tanto. A mi avanzada edad ya los achaques me tienen quebrantado.
La sorpresa fue ver a mi lado un joven estudiando para un examen de matemáticas o computación. Le pregunté: ¿Estudia ingeniería de sistemas? Le vi la cara de disgusto por haberlo desconcentrado de sus problemas, pero por educación, me dijo que sí. Empecé a contarle que yo había sido ingeniero informático, que había sido de los primeros en el país en ocuparse de computadoras, que en esa época las máquinas eran inmensas y difíciles de programar, que tenía que codificar los datos en tarjetas perforadas, que mis lenguajes de programación favoritos eran PL1, LISP y Pascal. Luego le pregunté por las materias que él estudiaba. Me dijo lo mínimo y me pidió disculpas pues tenía que seguir revisando.
Me callé para no desilusionarlo con su futuro pues estoy seguro de que él era yo hace muchos, muchos años y que por una deformación del espacio-tiempo nos habíamos encontrado una segunda vez o quizás esa misma única vez. Al llegar a la parada de su universidad yo ya no estaba ahí.
sábado, 08 marzo 2014
Página en blanco
Nora se sentó un momento a descansar de la mudanza en medio del desorden de su nueva casa para escribir aunque fueran las primeras líneas de un cuento. Se puso a oír música de flauta andina con auriculares para aislarse del ambiente nefasto y encontrar la inspiración. No le salía nada. Pensó escribir sobre la odisea de su mudanza y todas las cosas encontradas tras años de haberlas olvidado guardadas.
Empezaba un relato y a media página le parecía tonto, rompía en pedazos la hoja y la tiraba a la papelera. «Quizás si descanso una semana, todo saldrá bien», se decía. Se levantaba a acomodar los armarios desocupando cajas pero su mente seguía buscando sin éxito el hilo de un relato. Volvía a sentarse, garrapiñaba unos renglones y el papel terminaba en la basura. «Descanso, la mente debe descansar de vez en cuando», se decía furiosa. Otra vez se levantaba a acomodar muebles o desocupar cajas en la cocina. Era interminable y aburrido.
De pronto se le ocurrió rescatar de la papelera los trozos rotos de los escritos inconclusos. Los puso sobre la mesa para tratar de armar el rompecabezas de letras y palabras. Parecían no tener sentido ni orden: «Mucho temprano tiempo estado he acostándome».
Era un juego divertido tratar de armar frases a partir de esos fragmentos discordantes: «A presto apagado veces, apenas decirme: había cerrábanse la bujía, mis ojos tiempo tan que ni tenía para ya me duermo».
Estaba tan concentrada buscando una solución a su rompecabezas que no se dio cuenta de que su esposo había abierto la ventana y dejado la puerta abierta. Una fuerte corriente de aire se formó en la habitación llevándose al vuelo los papelitos de Nora que se escaparon por la ventana en busca del tiempo perdido. Definitivamente ese día no podría escribir.
21:50 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, inspiración
jueves, 27 febrero 2014
Guerras fratricidas
El médico tarda en llegar. El abuelo tiene fiebre y delirios. De pronto se despierta y me mira con ojos vidriosos y desorbitados. Trato de calmarlo, pero no me reconoce. Me quita la foto de la mano y la observa en su extravío. Dice cosas que no entiendo. Me vuelve a mirar. «Montescos y Capuletos», murmulla. Es la foto en blanco y negro enigmática que acabo de sacar del cajón de su mesa de noche. Ahora de repente recuerdo que de niño, en este mismo cuarto hace mucho tiempo, él me la mostró y me contó su historia.
Fue tomada hace cien años. Seis hombres y seis mujeres muy elegantes, con sombreros y vestidos de domingo. Están en un jardín o un parque, cerca de un árbol. Tres están sentados en el suelo, los demás, de pie. Todos los hombres tienen corbata o corbatín. Las mujeres tienen faldas que les llegan debajo de las rodillas. Solo unas tres mujeres miran a la cámara. Los demás observan hacia la izquierda de la escena, salvo dos hombres sentados que miran a la derecha. Sus atuendos hacen pensar en un clima más bien frío. Un hombre tiene la mano derecha dentro de su chaqueta, cual Napoleón criollo.
Forman parte de los invitados al matrimonio de un Montesco con una Capuleto que iba a sellar la paz entre los dos clanes familiares. Llevaban muchos años en guerra por el poder local matándose unos a otros en una venganza sin fin de la que ya nadie recordaba el comienzo. Un odio hereditario.
Eran los mismos aunque se quisiera resaltar que los unos eran conservadores y los otros liberales, o unos de izquierda y otros de derecha, o unos ateos y otros teístas, unos comunistas y otros monárquicos. Cada familia tenía sus protegidos y sus enemigos. Querían eliminar al bando opuesto como si fuera yerba mala o la gangrena que les comía el cuerpo social. Todos iguales, acaparando el poder, la corrupción, el clientelismo y la riqueza, excluyendo o esclavizando a otros para dominarlos y doblegarlos mejor.
La idea del matrimonio fue del abuelo de mi abuelo, don Rafael Capuleto. Se había inspirado en las alianzas que con matrimonios entre soberanos europeos habían terminado con guerras centenarias haciéndolos todos parientes. Juan Montesco y Ana Capuleto se iban a casar el día de la foto que fue tomada en el parque frente a la iglesia en el momento en que la novia llegaba. Pedro Montesco es el que tiene la mano dentro de la chaqueta. Era el único que no estaba de acuerdo con esa unión contranatural según él. Un instante después sacó una pistola de su chaqueta y con ella mató a la novia y al padre que estaban llegando en ese momento. Una balacera entre los dos bandos acabó con las vidas de muchos de ellos, incluyendo a Pedro, y con la esperanza de una paz duradera.
Ahora yo, Pablo Capuleto, espero la llegada del médico, María Montesco, que aceptó venir a salvar a mi abuelo si todavía es posible. Sé que nos gustamos a pesar de la enemistad que empaña nuestro futuro. Quiero darle una nueva oportunidad a la paz. Todo dependerá de su actitud para con mi abuelo. En el cajón donde estaba la foto hay un revolver que no dudaré en utilizar si ella hace algo indebido. Espero que no. Ojalá ella y yo podamos casarnos para realizar el sueño centenario de nuestros antepasados, para reconstruir con bases sólidas el edificio frágil de esta sociedad descompuesta y así acabar con esta maldita guerra que nos desangra inútilmente.
18:08 Anotado en Cuentos, Fotografía | Permalink | Comentarios (1) | Tags: fotografía, guerra, paz