miércoles, 06 enero 2010
Salsa ruidosa
El sábado pasado durante el mercado callejero de Ferney entramos al bar Café du Soleil en las calles peatonales a tomar un café. Encontramos gente conocida a quien saludamos y deseamos feliz año. Ahí supimos que esa misma noche habría una velada bailable como, según parece, cada primer sábado de mes. El dueño del bar cambió hace como ocho meses por una señora que tenía una farmacia en Ornex y que ahora anima este lugar con ayuda de sus hijos. La decoración es nueva y acogedora y el ambiente, agradable. Los tonos verde claro reinan. Al fondo hay un rincón para los músicos y mesas altas para los clientes. Decidimos que iríamos en la noche a ver qué pasaba.
El frío nos hizo ir en carro que quedó estacionado a una cuadra de distancia. Llegamos antes de las 21.30. Había gente pero menos que en la mañana. De nuevo caras conocidas y conversaciones improvisadas. Nos sentamos en la mesa más cercana a la puerta de entrada en un lugar poco estratégico pero era el único disponible. Una pareja de amigos había quedado en ir también a tomar una copa con nosotros. La música no estaba mala. Solo dos bailarines, supongo que del Caribe, estaban dando paso en la restringida pista de baile. Nos animamos a bailar también dos o tres salsas en una ida y vuelta al fondo del bar mientras nos servían una caipiriña y una cerveza.
Cerca de la puerta una gran mesa se fue llenando de gente joven. Al cabo de un rato los puestos libres escaseaban en todas las mesas, al igual que las sillas. En esta ciudad no hay mucha actividad, especialmente en esta época del año. Había dos altavoces en el local: uno al fondo y otro en la entrada. El sonido estaba demasiado duro para mi gusto, no se podía hablar sin gritar. No sé si será por los años que mis oídos se han vuelto más sensibles que antes. No nos demoramos mucho. Al salir, un grupo de jóvenes fumadores estaba dándole al vicio en pleno frío. El cambio de ambiente y el programa medio improvisado estuvo agradable. La próxima vez habrá que buscar un puesto más cercano al centro del local para soportar los decibeles.
sábado, 31 octubre 2009
Director de orquesta
Me gustaría ser músico en una orquesta dirigida por Gustavo Dudamel. Me da la impresión de que se divierten mucho. Me encanta la alegría y energía con la que las dirige. Parece que la orquesta fuera un solo cuerpo de un gigante que respira animado por la batuta. Además las obras que escoge son muy agradables. Pero claro, como no soy músico, es un sueño imposible.
Me gustaría ser miembro de un equipo de programación de un sistema enorme y original en el que participaran los mejores informáticos del mundo. Poder encontrar soluciones geniales e ir construyendo poco a poco un sistema que parezca respirar al ritmo del teclado o de los mensajes electrónicos. Pero claro, como no estoy trabajando en una gran empresa de ingeniería de software, ese sueño no lograré realizarlo.
Me gustaría tener mucho tiempo libre, dormir poco, soñar mucho despierto y dormido, trabajar sin sueldo en empresas culturales de creación literaria, teatral, cinematográfica o de juegos de mente para que la gente se encuentre, hable, se divierta y olvide sus problemas. Pero claro, como el día tiene solo veinticuatro horas de las cuales paso la tercera parte dormido, otra tercera parte trabajando y de tiempo verdaderamente libre no me queda mucho, tocará dejarlo en veremos.
Me gustaría tener el don de la ubiquidad y poder compartir la vida con todas las personas que he conocido y querido en esta vida y que ahora están lejos de mí y yo de ellas, pues el correo electrónico aunque reduce la distancia no reemplaza al encuentro real. Pero este cuerpo limitado de sesenta y pico kilos de peso no tiene sino dos ojos y un corazón que miran y palpita solamente aquí y ahora.
En fin, me gustaría que este instante, en el que escucho la orquesta filarmónica de Berlín dirigida por Dudamel tocando el tango A fuego lento de Horacio Salgán, tengo en la cabeza dos días fresquitos de programación informática por digerir, tengo un poco de tiempo libre que estoy consumiendo y saboreando, tengo un teclado a mi alcance para escribir estas bobadas y una web disponible para colgar el resultado y tocar con los pixeles a una ínfima parte de los ojos y cerebros y corazones de la gente que va a leerlo y que ya por ese simple motivo aunque estén lejos los siento cerca, fuera eterno.
lunes, 14 septiembre 2009
Diez años de tango
Calculo que hace diez años tomé mi primera clase para aprender a bailar tango. Fue en Tangofolies de Lausana con Pablo y Verónica, una pareja de bailarines muy amables y aplicados para que un principiante como yo se contagiara del virus de tanguero. Después tomé y organicé clases con muchos más profesores pues me iba gustando cada vez más esa música y ese baile tan particular.
Desde el comienzo fue con Hélène que nos metimos a fondo en ese mundo del tango. Con ella organizamos clases, prácticas y milongas. Conocimos muchos profesores, como Mariela, Shawn y Cathy, Daniel y Alejandra, Nancy y Damián, Julio y Véronique, Metin y otros más que no recuerdo ahora. Gracias a esa actividad conocimos muchos amigos apasionados por el tango y gastamos mucha plata en lecciones y bailes.
Fue tanto el furor por aprender a bailar que hasta estuvimos de viaje por Buenos Aires con un grupo de amigos durante quince días en el 2001 y del cual surgió la asociación Alma Tango. En esa oportunidad tomamos clases con Joe Corbata, un joven bailarín muy competente que también ha venido varias veces a Ginebra.
La locura del tango me pasó poco a poco pues sé que no voy a ser ningún bailarín estrella y hay muchas cosas más que me gustan en la vida para las cuales necesito tiempo. De vez en cuando me vuelven las ganas de bailar y de recordar los pasos complicados que alguna vez aprendí y ahora están como oxidados en el fondo de la memoria. Son ciclos de la vida.
Anoche estuvimos precisamente en una milonga organizada por Hélène y Alma Tango, con espectáculo de baile dado por Joe y Lucila. Fue una velada agradable donde volvimos a ver viejos amigos, recordamos pasos y disfrutamos de la música y también viendo a los demás bailarines concentrados apasionadamente.
Volveremos a bailar para que no se nos olvide lo poco que nos queda en los pies y en la cabeza de tantos pasos de baile que hemos recorrido.
Hélène nos deja dentro de un mes, se muda lejos de aquí y este ciclo de diez años se cierra aparentemente. Todo el mundo evoluciona y la Tierra seguirá girando. Seguro que la energía con que impulsó este movimiento en Ginebra continuará en sus seguidores que tendrán que tomar las riendas que ella les entregará. Volverá por aquí; de eso no tengo duda. Gracias al tango hemos conocido mucha gente increíble. Hasta pronto, Hélène, y gracias.