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domingo, 11 noviembre 2012

Amor ciego

NV-IMP827.JPGEstaba cansadísima de verlo subir al mismo autobús cada mañana, sentarse cerca, apenas mirarla y no decirse nada como si no existieran. Cada día que pasaba le parecía que ese era el hombre de su vida que se atravesaba por su camino.

«¡Qué caramba! Solo se vive una vez», pensó perdiendo la paciencia.

-Hola. Me llamo Claudia. Qué raro que tomemos el mismo camino cada mañana y todavía no nos conozcamos.

Cuando el joven apuesto volteó la cara para mirarla se dio cuenta de que las cosas no podían ir más allá. El cuello blanco que asomaba detrás de una camisa negra de clergyman le cortó en seco las ganas de seguirle hablando. ¡Cómo no lo había notado antes! ¿Quizás porque el amor es ciego?

domingo, 04 noviembre 2012

Gourmet

NV-IMP826.JPG«Perdone, ¿dónde está la sección de ciencias?», preguntó el niño. La bibliotecaria sonrió al ver un lector tan joven interesarse por esos temas. Le indicó la sección correspondiente y se olvidó de él hundiéndose en sus papeles.

La sala estaba llena de estudiantes silenciosos leyendo libros gordos de todo tipo, haciendo tareas o conectados a la Internet en largas filas de terminales informáticos.

El pequeño buscó entre los manuales de química sistemáticamente hasta que encontró el que necesitaba. Por fortuna estaba en uno de los estantes de abajo. Pasó las páginas hasta llegar al índice donde estaba la fórmula mágica de la que hablaban en un foro de la Internet pero sin dar detalles suficientes. Fotografió las páginas correspondientes y se esfumó.

La bibliotecaria no lo vio salir y al final del día ya lo había olvidado por completo. Dos días después, leyendo el periódico y viendo su foto en la primera página, lo reconoció de inmediato. El artículo decía:

Niño de 8 años fabrica un pedo químico para protestar por la calidad de su restaurante escolar. El establecimiento estará cerrado varios días mientras logran quitarle el mal olor. El director prometió mejorar la comida. El niño ha sido excluido de clase durante una semana. Su padre, un chef de restaurante de cinco estrellas, ha declarado que comprende a su hijo pero que no aprueba sus métodos.

domingo, 28 octubre 2012

Desde el final

ficción,desilusión,memoria,cambiosHacía tanto tiempo que no se veían que no se reconocerían. Por eso se sentó con una flor en la solapa en la mesa convenida de la cafetería del centro comercial. Ella debería llegar con un sombrero de cinta roja, gafas negras y un vestido blanco y rojo. Se sentó entusiasmado a esperarla.

El mesero trajo la bebida que había ordenado. Mientras la saboreaba lentamente, pensaba en tantos lustros alejado de la ciudad. Treinta años de demoliciones y construcciones caóticas habían dejado reconocible solo la ciudad vieja. Si se hubiera quedado, todo le hubiera parecido natural y tal vez ya ni se acordaría de ella, la mujer que vendría de un momento a otro. Cuando se despidieron, le dijo que volvería a buscarla, se dieron un beso apasionado (¿en un cine, en un carro, en la sala de su casa?) pero la distancia borró las promesas y secó las lágrimas de los ojos.

Una sombra lo sacó de sus cavilaciones. Estaba frente a él la mujer que tanto quiso en su juventud. El corazón le palpitaba con fuerza. Se levantó para saludarla con un beso pero ella muy fría le tendió la mano y se sentó sin tardar.

‑De manera que has vuelto a la escena del crimen, Orlando.

‑No has cambiado, Amalia, siempre tan hermosa y elegante.

‑Casi no vengo, pero la curiosidad por ver tu cara me ganó. A ti sí que se te notan los años, amigo. Te veo canoso, gordo y arrugado, aunque parece que todavía tienes fuerzas. ¡Ja, ja!

‑Te encontré por Facebook. Deberías de tener cuidado con la información que publicas ahí. En tu perfil aparece tu dirección y teléfono. Poco prudente.

‑No sé cómo llegaste a mí ni por quién te hiciste pasar o amigo de quién te hiciste para poder entrar de repente en mi vida.

‑Te llamé varias veces pero no me atreví a hablar. Cuando por fin tomé valor, alguien me dijo que estabas de viaje. Menos mal que al fin pudimos darnos cita. Estuve paseando por el barrio. Todo ha cambiado. Lo veo más pequeño y viejo. Fue como recorrer postales antiguas con fachadas de hoy. Las calles donde caminábamos tomados de la mano, las casas de los amigos donde organizábamos fiestas, el club social donde nos conocimos desde niños… Ahora sí, vengo por ti.

‑¿Quién te crees? He hecho mi vida sin ti. ¿Esperabas sinceramente que dejaría todo ahora mismo para irme contigo? ¡Ja, ja! Pobre idiota.

Orlando pensó en el tiempo perdido, en su vida en Estados Unidos, en la clandestinidad, en los sufrimientos, en sus matrimonios y divorcios, en la enfermedad que le habían descubierto y que poco a poco iría a borrarle todos sus recuerdos y memoria. Para qué contárselo.

‑¿Con quién estás ahora?, Amalia. Todavía hay tiempo para revivir juntos ese amor que se nos escapó.

‑Para que sepas, estoy casada con un militar muy importante que se ha metido a la política y le está yendo muy bien. Tenemos dos hijos que van a tener mucho éxito en este país pues son expertos financieros. Me dedico a obras de caridad con ayuda de la iglesia. Todos tus recuerdos están quemados y destruidos tanto físicamente como mentalmente.

Sintió una puñalada en pleno pecho. Pareciera como si para vengarse ella hubiera buscado lo que él más odiaba en su vida: militares, banqueros, políticos y religiosos. Miró el reloj, contó las horas que le quedaban y se fue refunfuñando sin decir adiós. Esta vez sí no volvería jamás a encontrarse con ella.