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domingo, 06 noviembre 2011

Al sur, al sur, al sur

NV-IMP781.JPG«Siempre me gustó ir al sur, es como caminar cuesta abajo…»
El Señor de los Anillos

La ciudad me parecía inmensa y casi sin límites. Al menos mi mente no lograba abarcarla poniendo cada casa y cada calle en su lugar. En esa época era en realidad un pueblo grande donde todos nos conocíamos; bueno, los adultos parecían conocer a todo el mundo. Hoy la ciudad es todavía más grande con lugares que no lograría identificar a pesar de que estuve allí en otro tiempo. Lo sé porque a veces la diviso desde la montaña cuando estamos de patrulla en las cercanías.

Con toda seguridad me costaría trabajo orientarme si me llevaran ahora mismo con los ojos vendados a uno de sus barrios nuevos y al quitarme la venda tuviera que llegar sin ayuda al centro de la ciudad. Supongo que las montañas me darían algún índice. Supongo que si fuera de noche con cielo estrellado hasta encontraría el norte. Siempre he tenido buen sentido de la orientación y ahora lo tengo muy bien adiestrado.

Esa lejana vez tuve permiso por primera vez para recorrer solo y a pie la distancia que separaba los barrios altos del norte de los bajos del sur hasta el barrio de mis primos. Calculo que serían máximo dos o tres kilómetros. Las primeras calles me eran conocidas, ya que solía correr hasta la tienda de la esquina a comprar algún encargo de la casa o ir y volver de la escuela cuatro veces al día con mis hermanos. Las últimas cuadras también me eran familiares pues en ellas jugaba con mis amigos a los ladrones y policías, al fútbol o al escondite. Lo difícil sería el recorrido del medio pasando por la parte más comercial y concurrida de la ciudad con peligros y tentaciones que podrían distraerme fácilmente, además de que no pasaba por ahí tan a menudo.

Después de recibir todas las recomendaciones de mi madre, que se rindió ante mis ruegos convenciéndose a regañadientes que era hora de dejarme enfrentar esas aventuras sin compañía pero tras hacerme prometer que me iría directo y que la llamaría por teléfono apenas llegara, salí muy contento en ese domingo soleado y caluroso. Me imagino lo nerviosa que debió de haberse quedado. Recuerdo muy bien su cara que quería demostrar confianza y tranquilidad pero que a mí no me engañaba.

Eran como las dos de la tarde. A la hora de la siesta la actividad se veía reducida por el bochorno y la modorra. La ciudad parecía desierta. El calor del verano adormecía hasta los muros y los árboles. El pavimento se ablandaba atrapando las huellas de mis pequeños pies. Pasando por el centro, las vitrinas de los almacenes con sus juguetes para Navidad me hacían detenerme a cada paso. ¿Me llegarían los regalos que había encargado en mi carta al Niño Dios?

Cuando entré al barrio de destino muy contento, me topé con ellos. Estaban con vestido militar junto a un camión verde lleno de otros niños. Pensé huir pero era demasiado tarde. Era la primera vez que sucedía eso en mi ciudad. Lo supe tiempo después. Me atraparon y forzaron a subirme al vehículo. Me preguntaron nombre y edad y me regañaron por andar solo por las calles. Con solo verme en pantalón corto con mi cuerpo infantil hubieran podido adivinar que no llegaba a los nueve años. Me dijeron que me iban a llevar a la comisaría de policía para que mis padres fueran por mí.

Eran mentiras. Nunca más volví a mi ciudad en estos veinte años. La guerra civil no ha parado y no tiene pinta de acabar pronto. Supe que mi casa fue bombardeada hace como quince años y toda mi familia murió. Menos mal no supieron las atrocidades que he cometido. Aquí en la montaña he aprendido todo lo que un niño soldado debe saber para defenderse y para atacar al enemigo. Mi niñez no duró mucho. Ahora soy un comandante respetado. He decidido que no volveré nunca a mi ciudad aunque venzamos o seamos vencidos.

jueves, 08 septiembre 2011

Borrachera

NV-IMP773.JPGEra el principio del fin. «Le juro por lo que más quiera que no tengo nada que ver en este asunto, señor abogado», dijo con un simple juramento, pero la resaca era tan fuerte que no se daba cuenta de lo que decía. «Veamos. ¿Puedo usar su teléfono?», contestó el jurista mostrándole el aparato. Llamó al contestador telefónico. El mensaje grabado decía simplemente: «¡Socorro!» El abogado escribió el teléfono de la persona que llamaba y confrontándolo con sus notas comprobó que era el mismo número. «Dígame la verdad. Tengo la prueba de que una mujer asesinada lo llamó a usted justo antes de morir. Así pudimos localizarlo a usted», refutó el abogado. «No, llamaría al dueño de ese teléfono que robé anoche en el metro. Salí corriendo con su cartera, compré una botella de ron y me emborraché. No recuerdo nada más. ¡Ayúdeme!», suplicó.

jueves, 21 abril 2011

Otro juego literario

NV-IMP735.JPGYa está casi terminado un nuevo juego de escritura que comencé con varios amigos en diciembre. Es la tercera vez que participo en este tipo de ejercicios y siempre ha resultado divertido, sobre todo ahora que las telecomunicaciones lo facilitan. Se trataba de que cada jugador escribiera cada dos o tres semanas un texto de entre trescientas y tres mil palabras como continuación de dos textos de la ronda anterior que uno no hubiera escrito. Así se fue entretejiendo la trama con la ayuda de la imaginación de todos. La primera ronda era independiente y no había tema ni estilo obligatorio. Al final completamos seis capítulos con cuatro desenlaces distintos en un total de ciento treinta y cinco páginas. Tocará esperar para releerlo todo con un poco de distancia y perspectiva para juzgar el resultado. La principal dificultad fue que todos participaran regularmente, ya que a medida que avanzábamos unos fueron abandonando por varios motivos, en especial la falta de tiempo. A primera vista parece que no salió mal y que también podría interesar al lector que no ha jugado pero que conociendo las reglas hasta podría ir imaginando sus propias continuaciones e interactuando con el texto. Ya veremos el destino de la obra.