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domingo, 21 agosto 2011

GPS o ganas de perderse sistemáticamente

NV-IMP768.JPGMi hijo tiene un amigo que trabaja con él en París y es de Menton. Habían quedado en verse por aquí el viernes por la noche. Nos dijo que iría en tren o en bus. Miré en la Internet qué tal se veía la ciudad. El GPS me indicó que el recorrido tomaba media hora. Como la parte vieja se veía bonita, se me ocurrió que podríamos pasar la tarde allá, dejarlo con sus amigos y regresar por la noche, pero con los jóvenes no se puede planificar.

Mis hijos se fueron a pasear a Niza desde la mañana, se bañaron en el mar, pasearon por la ciudad vieja, nos encontramos para almorzar en una calleja de la Rue du Marché y los dejamos allá mientras volvíamos al apartamento a prepararnos. Estuvimos en la piscina y después ya listos, nada que llegaban.

Como a las ocho aparecieron. Habían vuelto a bañarse al mar pero el celular ya no tenía batería para avisarnos. Pensamos que el viaje a Menton ya no se haría. ¡Qué cuento! Estaban muy animados para ir. Mi hija dudaba en quedarse con él también, pero ir de paseo le llamaba mucho la atención.

Como a las nueve de la noche tomamos camino de Italia. No recordaba bien el orden de las ciudades y pueblos entre Niza y la frontera, pero Menton quedaba cerca. Encendí el GPS y tomé dirección a Mónaco. A mi derecha el mar, a mi izquierda los farallones trepando por las colinas y delante de mí la carretera de cornisas serpenteando entre túneles y puentes.

El aparatejo insistía en hacerme dar media vuelta pero al cabo de unos kilómetros me siguió la corriente y empezó a indicar el camino hacia delante. Claro que el GPS ya no indicaba media hora sino más tiempo pues no íbamos por la autopista como él había propuesto al inicio. Resultó que Menton era la última ciudad antes de la frontera después de pasar por Eze, Mónaco y otros cuantos pueblos más.

Eran más de las diez de la noche cuando nos sentamos a comer en una terraza frente a la playa de piedras cerca de una tarima donde un grupo de jazz animaba la velada. Mi hijo tuvo tiempo de avisar a su amigo que llegaría más tarde. Mientras tanto ya había buscado el camino con su iPhone pues según él no estábamos lejos.

La caja del estacionamiento nos retardó ya que no quería aceptar la tarjeta de crédito. La dirección era Chemin de Sainte Agnès número 940, pero como no aceptó el número exacto, dejé solo el nombre de la calle. Por fin salimos, regresamos por la avenida que bordea el mar siguiendo las instrucciones de los dos aparatos que en ese momento estaban de acuerdo.

El mío a veces toma tiempo en recibir la señal del satélite y a otras se descuadra por algunos metros señalando que está en una calle cuando en realidad estamos en otra. Estoy acostumbrado y por eso verifico a menudo que la calle indicada es la correcta. Por culpa del tráfico no doblé a tiempo según sus instrucciones, pero según mi hijo, su GPS le indicaba otro camino más adelante.

Giré a la derecha y vi en efecto una flecha que indicaba Sainte Agnès, pero no el nombre de la calle. Empezamos a subir las calles que pronto se alejaron del mar y entraron por barrios exteriores. Los números de las casas se acercaban al buscado, pero al llegar a los novecientos no apareció el 940. Media vuelta para ver si habíamos olvidado alguna casa pero nada.

Mi hijo llamó de nuevo a su amigo. Le habló de un estadio que no vimos y del número que no era 940 sino 9400. Le nombramos las calles donde estábamos pero no las reconoció. Volví a mirar mi GPS y me di cuenta de que no indicaba el famoso Chemin de Sainte Agnès sino otro nombre. Decidí volver a obedecer a mi artilugio y la carretera empezó a subir en zigzag cada vez más lejos de Menton. Todos dudaban menos yo que tercamente continué subiendo en busca del destino. Las flechas que mostraban Sainte Agnès me daban razón pero me parecía raro que estuviéramos tan lejos de Menton. Además parecía un pueblo diferente y no un barrio por más de que la comuna fuera grande.

En el mapa electrónico se veían unas líneas derechas muy grandes que tomé por el ferrocarril. Las cruzamos por debajo zigzagueando por la carretera de montaña. En realidad era el viaducto de la autopista. El mar se veía cada vez más lejos y nada que llegábamos. Por fin todos me convencieron de que no podía ser por ahí pues la carretera se volvía más angosta y temíamos que fuéramos a caernos al precipicio en la oscuridad. En una vuelta muy cerrada aproveché que no venía nadie a esas altas horas de la noche para dar media vuelta.

Continué bajando hacia Menton como me lo indicaba el GPS en la oscuridad de la carretera con una vista de la ciudad iluminada allá abajo a lo lejos. Era ya más de media noche. Mi hijo se desesperó y terminó por llamar a su amigo para avisarle que no sabíamos dónde estábamos y que ya no lo esperara más. Además se le acabó la batería a su iPhone.

Ya en Menton mi GPS seguía indicándome cómo llegar al Chemin de Sainte Agnès. No estábamos lejos. Le obedecí y por fin encontramos al comienzo del mismo. El carro no podía pasar por ese lado. Mis hijos se bajaron a mirar y era una calle empedrada y angosta por donde no podríamos pasar además de que el primer número era el 1 y el 9400 estaría muy lejos.

Volvimos a casa mucho más rápido por la autopista. Al día siguiente la curiosidad nos hizo buscar qué era el famoso Sainte Agnès. Resultó ser el pueblo litoral más alto de Europa a 750 metros de altitud, a 3 km de la costa a vuelo de pájaro pero a 10 km por la carretera de cornisa. ¡Con razón daba tantas vueltas! Fue tanta la sorpresa que decidimos volver de día. El espectáculo fue maravilloso e impresionante. Por momentos la carretera deja pasar un solo carro de manera que uno va rogando que no se encuentre con nadie de frente. ¡Qué idea de fundar un pueblo a esas alturas! Tiene unas fortificaciones militares que forman parte de la Línea Maginot. Como se puede ver en la foto, mirar el mar desde lo alto puede dar vértigo. Finalmente, salió muy bueno el paseo de día y espeluznante pensar que estuvimos por ahí de noche tan campantes. No olvidaremos la lección de uso del GPS.

http://www.sainteagnes.fr/

viernes, 19 agosto 2011

Catedral rusa

NV-IMP767.JPGLa memoria es misteriosa: me sorprende recordando cosas y detalles durante años y otros detalles que borra sin remedio. Las encrucijadas de la vida son incomprensibles: una decisión o un accidente del destino nos pueden llevar por caminos tan opuestos.

Desde 1978 no había vuelto a esta catedral ortodoxa rusa. Fue durante una excursión de estudiantes organizada por la Facultad de Letras de la Universidad de Grenoble durante los cursos de verano. Tengo una foto del mismo edificio. Esta semana quise tomarme una foto ahí mismo pero no sé por qué la cámara no me funcionó (se hubiera notado que la iglesia está más vieja, ¡ja, ja!). Me pareció enorme en ese entonces y me extrañó que hubiera una en Niza.

Ese año estuve dos veces en el sur de Francia. Los viajes fueron en autobús de línea para unas cincuenta personas. La mayoría éramos jóvenes de menos de 26 años aunque algunos profesores de francés mayores viajaban también (de todas formas cualquiera de más de 35 años ya me parecía viejo). Ya no recuerdo exactamente por dónde paseamos. Uno fue por estos lados, es decir Cannes, Niza, Mónaco; el otro por Marsella, Aviñón y Orange. Nos alojábamos en Albergues de Juventud. Resultaba económico para los estudiantes de idiomas. En un fin de semana largo que coincidía con algún día feriado se visitaba una cantidad increíble de lugares con transporte, alojamiento, desayuno y comida incluidos.

En el viaje por la Provenza no supe administrar bien mi dinero y al final me costó trabajo almorzar bien. En ese, conocí a una joven alemana con quien simpaticé mucho, pero el verano pasó volando, ella se ennovió con un afgano y no supe más de su vida. En el de la Costa Azul vi el espectáculo pirotécnico que más me ha impresionado en la vida. Fue en el puerto de Mónaco visto desde los jardines. Quizás por ser el primero de ese calibre al que asistí, me impresionó mucho.

Volviendo a la iglesia rusa, se me había olvidado que su construcción empezó en el siglo XIX por la comunidad rusa de Niza, numerosa en ese entonces, en el lugar donde murió en 1865 a los 21 años Nicolás, el príncipe heredero, hijo del zar Alejandro II. Su hermano se convirtió en zar años después y se casó con la novia de su hermano muerto. La iglesia casi no tiene sillas en el interior. Las ceremonias religiosas se celebran de pié. Supongo que el bus nos llevó directamente hasta el lugar ya que no reconocí las calles.

Si el príncipe no hubiera muerto, la historia de Rusia hubiera cambiado, pero ¿la revolución se hubiera evitado? Si me hubiera ennoviado con la alemana, mi historia personal sería distinta, pero ¿sería mejor o peor? Claro que esas conjeturas no sirven más que para dejar volar la imaginación.

viernes, 15 julio 2011

La toma de la Bastilla

NV-IMP758.JPGPor segunda vez los fuegos artificiales del 14 de julio fueron lanzados en el palacete de Voltaire en Ferney. El año pasado nos quedamos demasiado tiempo hablando en las mesas y cuando fuimos a buscar puesto en los jardines, no encontramos sitio; tocó irnos a casa un poco frustrados. Esta vez llegamos temprano, comimos y nos fuimos antes de que oscureciera a los jardines. Lo malo es que hacía frío y no estábamos bien cubiertos, pero encontramos un lugar bien situado y protegido del viento. Poco a poco se fue llenando el lugar hasta que no se veía el césped. La luna llena apareció y llegó el momento de apagar las luces.

Sabiendo que el filósofo Voltaire estuvo dos veces prisionero en la Bastilla, la celebración tenía un sentido adicional más concreto. El tema musical fue la música de la opera Sémiramide de Rossini que está basada en un texto de Voltaire. Todo salió muy bien. Comimos platos marroquíes, escuchamos el concierto de jazz manouche, charlamos con varios amigos y disfrutamos del espectáculo al aire libre. Solo faltó quedarnos al baile popular que seguía, pero como tocaba trabajar hoy, no se pudo.

Lo que realmente me llamó la atención por primera vez fue ver en la oscuridad, antes de que empezara el espectáculo, una cantidad impresionante de teléfonos celulares y cámaras electrónicas encendidos esperando para tomar fotos. ¡Parecían luciérnagas! Años atrás eran cámaras clásicas de película de celuloide las que más se veían. En ese entonces algunos encendían el flash por la oscuridad. Anoche algunas también relampaguearon pero como la mayoría tienen programadas para fotografiar fuegos artificiales, hay menos flashes. ¡Cómo cambian las cosas con el tiempo! Recuerdo las cámaras de fotografías completamente mecánicas y parece que fue ayer.