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viernes, 18 febrero 2011

Cartas de otro tiempo

NV-IMP724.JPGMe parece ver a mi abuelo leyendo en voz alta una carta recibida de mi tío que vivía en Nueva York. Era como un cuento fantástico. Uno se imaginaba esa gran ciudad a partir de fotos, postales o películas que había visto o con las anécdotas que familiares que habían estado allá nos contaban. Era la magia de la lectura, pero de primera mano. Cuando las llamadas telefónicas de larga distancia bajaron de precio, reemplazaron parcialmente las cartas y se perdió un poco de la magia. Las cartas en papel tenían la ventaja de que se podían releer y guardar fácilmente.

Llegando a Francia esa fue la manera de comunicarme con mi casa durante años. Una carta tomaba una semana para viajar entre Francia y Bogotá. Me cuentan que en mi casa se reían de mis errores ortográficos, lexicales y hasta gramaticales que fueron apareciendo a medida que pasaba el tiempo y el idioma francés me influenciaba más y más. Me encantaba recibir correo de mi familia o amigos. Todavía guardo muchas en casa. Hasta me he topado con una vieja postal o un telegrama escondidos en algún libro.

Con las nuevas tecnologías y su avalancha permanente de correo electrónico ya no quedan muchas copias de la correspondencia fáciles de manipular. Cuanta más información nos llega, menos informados estamos por la sobresaturación y la imposibilidad de leerlo todo. Si además la función de búsqueda electrónica en el buzón de correo funciona mal, estamos perdidos. Eso es lo que me está pasando con la búsqueda del mío.

miércoles, 16 febrero 2011

Recurrencias

NV-IMP723.JPGComo de costumbre me perdí de nuevo en una ciudad extranjera, esta vez, en un país árabe. Iba con un grupo de personas, padres de familia, a dejar unos niños en un espectáculo para más tarde volver a recogerlos. Consciente de que no conocía bien el camino, tuve la precaución de anotar la dirección en un papel que guardé cuidadosamente en mi bolsillo. En el camino de regreso, como lo temía, me perdí del grupo. Decidí regresar sobre mis pasos hasta el lugar inicial con la esperanza de volver a ver a los otros al cabo de un rato. Recordaba que tenía que girar a la izquierda, caminar dos cuadras, girar dos veces a la derecha y de ahí, como no debería de quedar muy lejos, con seguridad reconocería visualmente el lugar. Debí de equivocarme en algún lado; ya no había ningún edificio familiar aunque todo parecía no estar muy lejos de la Plaza Tahrir en El Cairo. Me acordé del papel con las señas que había escrito y en ese momento me desperté. Busqué la dirección en vano y me di cuenta de que se me había quedado en el sueño, de manera que nunca sabré dónde quedaba ese lugar ni si fueron a tiempo a buscar a los niños. A menudo me pierdo en los sueños y me cuesta volver a la realidad al despertar.

08:00 Anotado en Recuerdos, Viajes | Permalink | Comentarios (0) | Tags: sueños, ficción

sábado, 09 octubre 2010

Para subir al cielo se necesita

NV-IMP688.JPGAhora ya no recuerdo bien cuándo fue pero estoy seguro de que era un viaje de Ibagué a Medellín, adonde estaba viviendo uno de mis hermanos. Fui a visitarlo dos o tres veces mientras estuvo allá. En uno de esos viajes fui en tren con mi papá desde Bogotá. Un viaje que me pareció interminable pues pasamos una noche entera y dormí mal en una de esas bancas de resortes y forradas en cuero o plástico, quizás roja.

Esta vez fue desde Ibagué, un viaje muy novedoso para mí. Nunca había visto el país desde esa altura. Era un aparato pequeño para unos diez pasajeros como máximo. Me tocó el puesto del copiloto. Aguanté el ruido de los motores de hélice que parecía ensordecedor. Años después entre Grenoble y Lanion en Francia volví a sufrir y a revivir ese ruido insoportable y esa angustia indescriptible.

Soy un terrestre, y cada vez más, pues me da vértigo la altura y no me siento cómodo en el agua. Volar entre las nubes y ver todo pequeño desde arriba sin tener la referencia de mis pies fue una gran novedad. El aterrizaje en Medellín fue impresionante; el aparato parecía esquivar los diferentes cerros que se encontraban en su camino hacia la pista de aterrizaje. Después de ese, ha habido muchos más y ya no me impresiona nada ese medio de transporte. No sé qué edad tenía entonces. Seguramente entre quince y diecisiete. Mi hija a los tres meses de nacida ya estaba cruzando el Atlántico por los aires. Parece que fue hace siglos y sin embargo tengo imágenes claras metidas en algún rincón de mi cabeza.