miércoles, 30 marzo 2011
Aprender de niño
De niño uno no se da cuenta de las enormes capacidades de aprendizaje que se tiene. Si uno ha tenido la suerte de haber nacido con el mínimo de validez para llegar a ser una persona normal, en un año de vida ya está hablando, caminando y comiendo casi todo tipo de alimentos. Con la edad esas capacidades o la simple curiosidad se van atrofiando y se vuelve más difícil memorizar palabras de un nuevo idioma, bailar ritmos nuevos o aventurarse a comer platos exóticos. Nos vamos acostumbrando a nuestro medio y pocos son lo suficientemente aventureros para cambiar y conocer cosas nuevas.
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Por ejemplo los niños aprender a bailar muy fácil si están dentro de un ambiente donde la gente baila. (Véanse los vídeos adjuntos a esta nota.) Dicen que Mozart de niño aprendió tan bien la música, como si fuera un juego tan solo mirando a su hermana mayor tomando clases con su padre, que pudo viajar por Europa con su padre demostrando sus prodigios cuando aún era muy niño. Cuentan también que el campeón mundial de ajedrez, el cubano Capablanca, a los cuatro años ya sabía cómo mover las piezas sin que nadie le enseñara y podía ganarle con facilidad a un jugador principiante. Recuerdo ver sobrinos míos de dos años que ya bailaban muy bien los ritmos tropicales. Un amigo me contaba que en las obras públicas los jóvenes que tenían costumbre de jugar por computador con las manijas de juego, aprendían muy fácil a manejar las grúas. Pasa lo mismo con los niños indios en la selva que son buenos cazadores muy jóvenes. No deja de sorprenderme.
16:28 Anotado en Elucubraciones, Naturaleza, Recuerdos | Permalink | Comentarios (2) | Tags: memoria, niñez
viernes, 18 febrero 2011
Cartas de otro tiempo
Me parece ver a mi abuelo leyendo en voz alta una carta recibida de mi tío que vivía en Nueva York. Era como un cuento fantástico. Uno se imaginaba esa gran ciudad a partir de fotos, postales o películas que había visto o con las anécdotas que familiares que habían estado allá nos contaban. Era la magia de la lectura, pero de primera mano. Cuando las llamadas telefónicas de larga distancia bajaron de precio, reemplazaron parcialmente las cartas y se perdió un poco de la magia. Las cartas en papel tenían la ventaja de que se podían releer y guardar fácilmente.
Llegando a Francia esa fue la manera de comunicarme con mi casa durante años. Una carta tomaba una semana para viajar entre Francia y Bogotá. Me cuentan que en mi casa se reían de mis errores ortográficos, lexicales y hasta gramaticales que fueron apareciendo a medida que pasaba el tiempo y el idioma francés me influenciaba más y más. Me encantaba recibir correo de mi familia o amigos. Todavía guardo muchas en casa. Hasta me he topado con una vieja postal o un telegrama escondidos en algún libro.
Con las nuevas tecnologías y su avalancha permanente de correo electrónico ya no quedan muchas copias de la correspondencia fáciles de manipular. Cuanta más información nos llega, menos informados estamos por la sobresaturación y la imposibilidad de leerlo todo. Si además la función de búsqueda electrónica en el buzón de correo funciona mal, estamos perdidos. Eso es lo que me está pasando con la búsqueda del mío.
08:38 Anotado en Elucubraciones, Recuerdos | Permalink | Comentarios (1)
miércoles, 16 febrero 2011
Recurrencias
Como de costumbre me perdí de nuevo en una ciudad extranjera, esta vez, en un país árabe. Iba con un grupo de personas, padres de familia, a dejar unos niños en un espectáculo para más tarde volver a recogerlos. Consciente de que no conocía bien el camino, tuve la precaución de anotar la dirección en un papel que guardé cuidadosamente en mi bolsillo. En el camino de regreso, como lo temía, me perdí del grupo. Decidí regresar sobre mis pasos hasta el lugar inicial con la esperanza de volver a ver a los otros al cabo de un rato. Recordaba que tenía que girar a la izquierda, caminar dos cuadras, girar dos veces a la derecha y de ahí, como no debería de quedar muy lejos, con seguridad reconocería visualmente el lugar. Debí de equivocarme en algún lado; ya no había ningún edificio familiar aunque todo parecía no estar muy lejos de la Plaza Tahrir en El Cairo. Me acordé del papel con las señas que había escrito y en ese momento me desperté. Busqué la dirección en vano y me di cuenta de que se me había quedado en el sueño, de manera que nunca sabré dónde quedaba ese lugar ni si fueron a tiempo a buscar a los niños. A menudo me pierdo en los sueños y me cuesta volver a la realidad al despertar.