viernes, 16 octubre 2009
Glotón
Con los años el gusto por el dulce se me ha ido acabando. De niño –como a todos los niños- me encantaban las golosinas. (Quizás ya lo mencioné en el blog antes.) Una vez me regalaron un paquete de dulces en una bolsa plástica en forma de bota de unos veinte centímetros de larga y unos diez de ancha. Me advirtieron de que no me los fuera a comer todos de una sola. Calculo que tenía como seis o siete años. Quizás también le regalaron un paquete igual a mis hermanos. Lo cierto es que me comí uno tras otro todos los bombones sin darme cuenta. Estaba jugando y comiendo. Lo que estaba previsto sucedió. Me enfermé del estómago y tuve que salir corriendo a trasbocar todo al inodoro. Evidentemente me regañaron y me dijeron: te lo advertimos pero como no haces caso…
Desde ese momento empecé a alejarme del dulce poco a poco. Ahora ya no le pongo azúcar al café ni al té. Casi no como nada de dulce entre las comidas. Prefiero el chocolate negro, las mermeladas naturales sin azúcar y muchas veces acabo la comida con el queso sin pasar al postre. Cómo cambian los gustos con el tiempo.
14:24 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: dulce, infancia, enfermedades
viernes, 09 octubre 2009
Pedro el Grande
No sé por qué pero hoy durante el trayecto al trabajo se me vino a la memoria la imagen del monumento a Pedro el Grande en San Petersbrugo en el invierno del 96 cuando estuve durante dos semanas estudiando ruso en un cursillo intensivo en la universidad. Mi nivel de ruso me permitía comunicar y leer más o menos sin problema. Supongo que sería como el nivel de francés que tuve llegando a Francia. En realidad era ya la primavera, el mes de abril. Había mucha nieve en los parques y las riveras de la Neva estaban congeladas. Tuve días de sol con temperaturas altas y otros de mucho frío con borrascas de nieve. Pasé varias veces por esa plaza y estuve paseando por los alrededores pensando en ese hombre que tanto cambió el destino de Rusia. La ciudad tenía muchas huellas de su fundador y de los zares que lo sucedieron. Recordaba las proezas de ese hombre de estado que aprendió muchos oficios en Holanda para luego ser el zar más instruido de ese imperio. Recordé las clases de historia de Abelardo Forero Benavides en la Universidad de los Andes cuando nos contaba la historia de Rusia en un anfiteatro grandísimo lleno de estudiantes silenciosos y atentos, como hipnotizados, cuando nos contaba el asesinato de Rasputín y otros hechos de su historia. No había mucha gente en la plaza, la nieve todavía cubría la mayor parte del prado y creo que la estatua tenía un poco de nieve. Hoy en una mañana gris de otoño ginebrino me sentí como una hormiga más en este hormiguero tan inmenso en el que vivimos donde hormigas un poco más importantes que otras son recordadas durante siglos mientras que otras no dejan ninguna huella de su paso por aquí.
http://www.liveinternet.ru/showjournal.php?journalid=7699...
jueves, 08 octubre 2009
Grabaciones de aficionado
El recuerdo más viejo que tengo de una grabadora es de un vecino del barrio que me sorprendió un día que yo iba para el colegio y él salió de su casa corriendo con un aparato debajo del brazo y un micrófono para entrevistarme. Eran como las seis y media de la mañana pues mi colegio empezaba clases a las siete. No entendí lo que quería ni lo que estaba haciendo y me quedé mudo. Era mayor que yo y en realidad más amigo de mi hermano. Devolvió la cinta y lo oí decir las mismas frases con que me interpeló segundos antes. Me imagino que me quería impresionar (y lo hizo) y luego siguió su camino. Creo que yo tenía entre nueve y once años.
Cuando aparecieron las grabadoras de casetes, uno de mis hermanos mayores compró una. Durante las vacaciones se divertía grabando las conversaciones de la familia o de nuevo entrevistándonos o haciéndonos cantar o recitar. Él tiene las grabaciones más viejas que conozco con la voz de mi padre o mi madre y quizás de mi abuelo y algunos tíos. Yo debía de tener unos doce o trece años.
La primera grabadora que compré para mí fue cuando tenía diecisiete años en San Antonio de Táchira, en la frontera con Venezuela. Era un aparato que solo grababa, pues no tenía radio. No me acuerdo para qué la usaba. Me imagino que grabé, además de las voces de amigos o de mi familia, programas de televisión o de radio. Me duró varios años y después de hacerla reparar un par de veces, no sé que pasó con ella.
Con mi hermano siempre teníamos un casete listo para grabar canciones que estaban de moda en Radio 15 o Radio Tequendama y que nos gustaban. Las grabaciones eran muy abruptas ya que, como no solían anunciar el título de la canción, saltábamos a oprimir el botón Record cuando reconocíamos el comienzo de la canción que nos faltaba. Al oír esos casetes el sonido saltaba del final de una canción al comienzo de la grabación de la siguiente sin intervalos y con un ruido seco comiéndose los primeros compases.
Esa costumbre de grabar se me fue pasando. Solo cuando mis hijos empezaron a hablar, de vez en cuando, me ponía a grabarles sus frases a media lengua, sus canciones infantiles, sus recitaciones o sus cuentos con esas vocecitas de niño chiquito. Casi siempre les pregunto qué edad tienen e indico la fecha de la grabación. Tengo varias que quiero copiar al PC pero nunca tomo el tiempo de hacerlo.
Ya no grabo nada. Perdí la costumbre. De pronto me sorprendo oyendo mi voz en un contestador telefónico. Me sorprende oír mi propia voz deforma sin la resonancia de mi propia cabeza. Me parece raro que uno pueda o no pueda reconocerse de esa manera. Tantas palabras pronunciadas en este mundo. Las palabras se las lleva el viento.